La Autocritica como Aprendizaje del Cambio Etico y Moral
“Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación es grande y los problemas de la construcción material nos absorben.”
(Ernesto “Che” Guevara: El Socialismo y el Hombre en Cuba)
NO SIEMPRE SE ESCRIBE LO QUE SE HACE, NI SE HACE LO QUE SE ESCRIBE
En los últimos meses, la izquierda y los revolucionarios, hemos tratado de dilucidar para nuestra comprensión y para la comprensión de quienes nos recepcionan con interés, el carácter y las consecuencias de la crisis actual del capitalismo. Pensamos y creemos que el análisis de este extraordinario fenómeno económico, político y social, nos posibilitará hacer un diagnóstico más exacto y de paso conquistar respuestas que a lo menos nos sitúen en el buen camino de la reconstrucción y de la necesaria y urgente suma de fuerzas. Como buen resultado de este ejercicio intelectual, los boletines, páginas Web, periódicos y otros medios de comunicación de la izquierda; se han convertido en plataformas de interesantes análisis con respecto al tema, y que además también, nos enfrenta al hecho positivo de que se va recomponiendo en el campo de los dominados la capacidad de teorizar y con ello recuperar en la izquierda lo que nunca debió perderse: el pensamiento crítico.
Cuan certeros, coherentes y lógicos sean estos análisis, depende de que método sea usado como herramienta de estudio y también de cuan conectados estemos con la realidad. Lo que si es cierto, es que comparando estas reflexiones, asoman gratamente muchas coincidencias y muchas tienen que ver con el ámbito de las respuestas populares a los embates del capitalismo. De resumir estas coincidencias lo podemos hacer con tres importantes conceptos: organización, unidad y movilización de los dominados y oprimidos. Todos sabemos lo importante que es coincidir en estos tres aspectos. Sin embargo, no es suficiente a la hora de establecer con rigor las características que posee la dominación y el cómo esta nos desafía en el terreno de las formas porque ya en los contenidos hemos ganado bastante conocimiento acerca de sus concepciones y teorías fracasadas. Cuando justamente debemos abordar las formas en que los explotados responderemos a las estructuras de la dominación, se deslizan las diferencias y las divergencias tácticas que prolongan en el tiempo las condiciones de atomización orgánica, fragmentación social y dispersión ideológica, no sólo de los partidos o colectivos políticos, sino también de los trabajadores y los sectores populares. Diríamos que es aquí donde se concentran los nudos teóricos de resolución de los procesos de acumulación, hasta ahora, complicados y discontinuos como para la configuración del llamado sujeto de la revolución.
HACERNOS CAPACES DE AUTOANALIZARNOS
No diremos que la tarea de conocer al enemigo sea fácil, es sin duda un trabajo que requiere mucha disciplina y rigor científico, tal y como debe realizarse toda tarea revolucionaria. Así y todo, la necesidad de conocer el estado y la condición propia, en las amplias esferas que comprende nuestra real capacidad para constituirnos en una fuerza histórica independiente y alternativa al poder de la burguesía; el zanjar teóricamente lo que somos y bajo condiciones objetivas determinadas, y lo que podemos ser en una perspectiva de largo alcance, para prometer futuro a la lucha revolucionaria y al objetivo de conquistar el poder, esto es sin duda difícil. Es difícil y desafía a la vez la voluntad a dotarnos de todas las herramientas que nos posibiliten leer, juzgar y actuar con tino y prudencia política, y al mismo tiempo, a conducirnos con audacia para imprimir un espíritu de compromiso y certeza al camino de la revolución. El ánimo nuestro y el de los sectores sociales, la intencionalidad política, la claridad en las ideas; todo lo que llamamos el factor subjetivo; aquello que le imprime movimiento a la historia y a las grandes causas sociales; debe ser un ámbito al cual poner una atención preferencial, porque es el ámbito que nos define y nos marca ante la materialidad, o sea, ante la realidad objetiva. Es en este terreno, sumamente delicado en su concreción, donde podemos establecer distinciones categóricas y exactas respecto de nuestro propio perfil político-ideológico, desde este lugar, en el que se relacionan dialécticamente la voluntad y el pensamiento, los revolucionarios optamos por hacer el camino de las transformaciones radicales. En este terreno en definitiva, se juega el proyecto revolucionario y se tensionan las decisiones para no capitular ante la adversidad y los reveses históricos. Los grandes lideres revolucionarios, Lenin, Rosa Luxemburgo, el Che, Miguel Enríquez, pisaron este entablado y tuvieron la entereza de debatir con argumentaciones demoledoras las posturas vacilantes y reformistas, y en estas polémicas, llamaron la atención al hecho de que en todo programa revolucionario esta subyacente una concepción filosófica que da lugar a principios revolucionarios y a una moral revolucionaria, y que señala la responsabilidad histórica de sostener inquebrantablemente el compromiso de clase y el compromiso con el cambio revolucionario.
Los revolucionarios tenemos siempre que hacernos cargo de lo que hacemos, decimos y prometemos. Aún estamos divorciados de las mayorías y con obligada honradez, debemos asumir que la influencia ganada, posee la fragilidad propia de procesos unilaterales, dentro de los cuales no se ha logrado constituir y darle organicidad a los sectores sociales “ganados” con las convocatorias, por lo mismo, no podemos hacer la afirmación de que estemos sumando efectivamente una fuerza social al proyecto revolucionario. En razón de lo dado, cabe acentuar la observación respecto de lo alcanzado con las experiencias de acercamiento y coordinación que hemos asumido, muchas veces presionados por una u otra coyuntura que nos desafía a intervenir políticamente y de manera pública. Ha ocurrido en los últimos años, que nos hemos auto-convencido, que la voluntad de coordinarnos expresa en la práctica la única y suficiente decisión de unidad revolucionaria. Ahora, este ejercicio -lo hemos comprobado- ha posibilitado como resultado, multiplicar la convocatoria político-social y de paso generar grados significativos de movilización popular; razón que ha permitido regocijarnos y auto-convencernos más aún, de que hemos jugado el papel de “conducción” o de “vanguardia” que es lo que se busca con la intervención en el escenario nacional de la lucha de clases. No tenemos ninguna duda, de que con estas iniciativas, la clase dominante se ha ganado sus buenos dolores de cabeza y por esta razón permanentemente recurren al método de criminalizar y satanizar la protesta de los sectores obreros y populares. Sin embargo, no sería serio ni aleccionador, quedarnos en la superficie de los hechos y por lo mismo, debemos ahondar en el verdadero carácter de estas movilizaciones para ver o no, la posible relación dialéctica que tienen con las finalidades estratégicas de los revolucionarios. Al respecto, nos parece bueno, sistematizar algunos elementos que puedan dar cuenta de esta fase histórica y el como ya en casi o más de dos décadas, los revolucionarios hemos vivido la permanente ilusión de estar unidos y golpeando juntos al enemigo de clase.
Entonces veamos:
1. Desde los años 80 hasta ahora, las coordinaciones, real y concretamente han expresado un espacio de encuentro político-social, donde han concurrido indistintamente organizaciones dispares, desiguales, algunas respecto de otras con diferencias profundas en sus propósitos y finalidades: Verticalistas y horizontalistas, centralistas y autonomistas, clasistas y gremialistas- “apoliticistas”, marxistas, anarquistas, humanistas e “independientes”. Algunas son o fueron colectivos políticos o sociales, otras, partidos pequeños y otros no tan pequeños. Por lo tanto, independientemente del discurso que pudiese predominar en el espacio; se han constituido como un referente heterogéneo y por lo mismo, consensúan una declaración de principios democrático-reivindicativa amplia. Esto ha significado que por muchos años, la contradicción que se ha manifestado con la clase dominante ha sido de ribetes anti-sistémicos pero sólo de carácter contestatario. Es decir, la lucha a la que se ha convocado, ha contado con un marco justificatorio que, sólo cuestiona la desigualdad del capitalismo y busca corregir esta injusticia social dentro de sus propias fronteras.
2. Las coordinadoras han eludido frecuentemente los llamados temas estratégicos o de fondo. Tales decisiones, más que obedecer a posibles defensismos de algunos sectores, expresa más bien la naturaleza ideológica de estas convergencias, es decir, no todos los sectores que han participado o participan de estos referentes, reconocen la lucha de clases como el factor que mueve y estimula a la unidad. Del mismo modo, no todos los sectores participantes tienen la claridad de moverse dentro de un modo de producción o sistema político-social determinado, como por ejemplo: identificar y reconocer al capitalismo como realidad histórica concreta. En definitiva, en estas coordinaciones han coexistido y coexisten sectores políticos y sociales de avanzada junto a sectores con un tremendo atraso en sus niveles de conciencia, al punto que estos últimos condicionan o niegan a los sectores políticos, el derecho a discutir, a leer y a interpretar la realidad mediante sus particulares categorías de análisis. Cuando a pesar de estos impedimentos los sectores políticos logran instalar su visión, se les acusa de “sobre-ideologizar el discurso”, aún cuando debe reconocerse que esta sobre-ideologización efectivamente se ha dado y puede seguir dándose. Sin embargo, creemos que estas situaciones puntuales u ocasionales, no deben ni pueden servir de pretexto a quienes han querido, ya desde hace años, vaciar de contenido revolucionario y de clase los debates en el seno del pueblo.
3. Las garantías explícitas de respetar y preservar la autonomía e independencia orgánica de los sectores convergentes, determina que la unidad se realice en la práctica, sólo como una suma de acciones que se identifican y obedecen a una consigna central, general, amplia, ambigua, vaga: “protesta del rechazo” por ejemplo, que transversaliza el ánimo coyunturalista de los sectores sociales afectados y descontentos con las políticas económicas y sociales del gobierno de turno. Conducción cortoplacista que atiende el resolver, el impacto o inquietud que producen los hechos coyunturales y por los cuales los sectores más avanzados en conciencia, se sienten desafiados a responder con urgencia, política y moralmente (caso Coordinadora Anti-APEC). Instancias que además, no desenmascaran al sistema, sino que denuncian los efectos económicos, políticos y sociales que se derivan de su naturaleza de clase. Lo que ocurre, como resultado de estos pactos pluralistas en cuanto a lo orgánico y en cuanto al carácter social de las organizaciones que convergen, es que no existe ni puede existir centralidad táctica para estas protestas o movilizaciones populares. No puede haber centralismo táctico, lisa y llanamente porque no hay una estrategia que se le relacione dialécticamente, y esta estrategia no puede diseñarse pues entra inmediatamente en contradicción con el principio de resguardo de la autonomía e independencia orgánica que cada organización quiere preservar a brazo partido.
4. En este tipo de voluntad organizativa, que no es ni frente político ni frente social, porque quién podría darle tal o cual carácter; se tiende con simpleza a homologar al Comité Coordinador del plan de movilización o protesta, con una Dirección o Mando Central. El primero se inserta en los límites de una coyuntura, cuyos hechos son demarcados por los movimientos, giros o tendencias que se derivan de los intereses de clases afectados o favorecidos según las características del antagonismo social, en una situación específica y determinada de la lucha de clases (situaciones de alzas, aprobaciones de leyes que lesionan los intereses de una u otra clase, situaciones de crisis, huelgas en sectores estratégicos de la economía, fechas emblemáticas, etc.), responde al mandato y a los acuerdos de una asamblea que posee el carácter de permanente, la que operativisa e implementa sus políticas mediante comisiones, considerando entre estas una comisión ejecutiva (Comité Coordinador) y que se debe estrictamente a la asamblea. La segunda se corresponde con un proyecto de más largo aliento y por lo tanto su composición tiene un carácter estable, sus miembros son elementos probados para asumir una responsabilidad cuya naturaleza la da el poder y la verticalidad de mando, como lo dice su propio y clásico nombre, es el comité central del partido: un electo órgano de dirección centralizada, cuya responsabilidad esta en ponerse a la cabeza del proceso de lucha de la organización revolucionaria; lo cual, también quiere significar, que es un colectivo mandatado a dirigir, conducir y orientar cada tramo táctico de un proceso de acumulación, constitución y movilización de fuerzas, que tiene como finalidad derrotar al enemigo de clase y tomar el poder político de la sociedad. Por lo tanto, una coordinadora o instrumento político federativo o como se le quiera llamar o hacer aparecer, en las condiciones actuales de la lucha de clases y más aún, estando los sectores dominados, sometidos todavía a situaciones de precariedad organizativa, social y política; no podrá instalarse como referente catalizador del conjunto de las aspiraciones de los sectores sociales, por el sólo y mero hecho de desplegar propagandísticamente, una plataforma común de reivindicaciones obreras y populares (Pliego del Pueblo), al lado de formas operativas genéricas y que no dan cuenta de los miles de elementos y categorías que se concatenan dialécticamente en un proceso de lucha de clases, y menos aún, de un proceso revolucionario de lucha por el poder.
5. La búsqueda de la unidad mediante la construcción de un instrumento federativo, es una propuesta engañosa y apunta a una falsa postura de unidad, y que además puede estar lejos de resolver el vació de conducción revolucionaria y por lo tanto garantizar para la clase obrera y el pueblo las orientaciones estratégicas que le señalen y le posibiliten constituirse efectivamente como poder obrero y popular (el Sandinismo). No es posible el logro de estos objetivos bajo esta perspectiva de coordinación, en tanto, lo que se entiende por una verdadera y real transformación revolucionaria de la sociedad, precisa de mayorías que quieran marchar, luchar y combatir disciplinadamente por instalarse en una sociedad libre. Pero cuando las mayorías quieren diferentes cosas y persiguen diferentes objetivos, formándose detrás de la clase dominante para obtener sus alienantes y particulares logros, no es posible ni siquiera ganar un gobierno reformista burgués. Con qué argumentos serios entonces, se puede aspirar a una sociedad sin clases (¿se puede suponer que es el comunismo?). Esto es poner la carreta ante los bueyes. Si los revolucionarios no vislumbramos que la unidad de objetivos, la unidad de intereses, la unidad de clases; significa y comporta la clara decisión y la férrea voluntad de construir una síntesis orgánico-política, premunida a su vez, también de una síntesis teórica que a fin de cuentas configura el programa revolucionario; entonces, no será posible pavimentar para la clase obrera y el pueblo un horizonte socialista.
ESTAR JUNTOS NO ES LO MISMO QUE ESTAR UNIDOS
Talvez uno de los méritos (negativos) del “socialismo renovado” es que legitimó de tal manera la involución teórica y el retroceso político de la izquierda, que progresivamente fueron permeando con sus “nuevas concepciones” como una probable verdad, las categorías de análisis de la izquierda chilena, que ya entraba sin notarlo, incluso antes de la caída del “socialismo real” en una de sus más profundas y prolongadas crisis. Esto ocurre en el periodo dictatorial, en que las condiciones para el debate no eran las más favorables y el asentamiento de estas posiciones se logra –obviamente- descalificando e insultando a todos quienes nos mantuvimos apegados a los “dogmatismos” y “petrificaciones teóricas” del marxismo-leninismo. Los flamantes socialista del “nuevo tipo”, vencidos y neutralizados en el terreno ideológico por la dictadura de los monopolios, buscaron la forma de mantenerse vigentes, aún a costa de convertirse en cadáveres políticos, cuestión ineluctable para quienes traicionan las tradiciones combativas y los principios de clase que han acompañado los procesos emancipadores de los trabajadores y el pueblo. Desde entonces, la crisis y descomposición de la izquierda, incluyendo en este proceso a sectores revolucionarios, comienza a expresarse como un ejercicio político-ideológico en el que los desafíos tácticos son tristemente opciones por el finis minimum.
Luego de las divisiones y subdivisiones, de las fugas y escisiones en la izquierda, se inicia un periodo de acusaciones y recriminaciones mutuas, entre las distintas fracciones en que quedaron convertidas las orgánicas políticas. A partir de allí, no fue posible establecer espacios comunes para realizar un balance de aquel periodo de la lucha de clases. Sin dudas, intentar una tarea de ese tipo, necesaria y hasta obligatoria, particularmente para los revolucionarios, significaba convocar una voluntad de crítica y autocrítica profunda y apelar a los valores y principios más elevados de nuestro patrimonio clasista. No hubo capacidad para aquello y por lo mismo, debimos atenernos a un itinerario sin memoria de nuestras responsabilidades históricas, tanto de los desempeños individuales como de las tareas colectivas, de allí que el precedente instalado, acusa gravemente el vacío de análisis y profundización crítica de las causas que generaron nuestra derrota. Con este contexto se abrió la condición precisa para que se colara en nuestros espacios, casi sin ninguna dificultad, el pragmatismo y el relativismo de los sectores pequeños burgueses, que más apostaban en sus jugadas, por la extensión y profundización de la atomización, por multiplicar las divisiones de los sectores obreros y populares y justificar finalmente este fenómeno; con el consabido contrabando de la diversidad. O sea, la situación de derrota del proyecto de clase, su desarme, sus divisiones y fragmentación, devienen “positivamente” -según ellos- en una diversidad de expresiones políticas y sociales, vale decir que, paradójicamente, la atomización, la dispersión ideológica; como producto negativo del reflujo que nos imprimió la derrota, no es percibido por el oportunismo de estos sectores como un lamentable retroceso histórico y de connotación estratégica, sino como una ganancia para el campo obrero y popular.
No deberíamos entrañarnos que ante cero capacidad crítica y autocrítica, influidos o mimetizados con estas visiones tan complacientes con el desmantelamiento de la conciencia de clase; mil veces nos tropecemos con la misma piedra y sigamos incurriendo en la idealización de un estado de lo político y de lo social, que franquea la posibilidad de adecuar históricamente la subjetividad militante, a las tareas de unir en lo político, reconstruir en lo social y rearmar en lo ideológico; pero desde una perspectiva de cambio revolucionario y entender que al hablar de estas tareas; que tienen un sello histórico importante, estamos hablando de la constitución de los explotados y oprimidos como sujetos de cambio, y el constituirse con estas características requiere de homogeneidad, y esto supone una lectura y una mirada de las condiciones objetivas, dialécticamente histórica, es decir, no se está observando una realidad material que en cuanto fenómeno y en cuanto esencia se manifieste distinta según quien la mira, porque no son nuestros sentidos los que construyen las condiciones materiales objetivas, estas se encuentran dadas independientemente de nuestra conciencia, por lo tanto, los oprimidos y explotados no podríamos construir tantas miles de realidades arbitrariamente, según el número de observadores que seamos. Insertos en la misma realidad histórica, cruzados y desafiados por los mismos problemas, enfrentados a las mismas carencias y adversidades e interpelados por las mismas necesidades y posibilidades, no es honesto continuar creando espejismos, que mañosamente justifiquen nuestras pequeñas y mezquinas parcelas políticas y sociales haciendo gala política dentro de los ámbitos de nuestra clase de un autonomismo y una independencia mal concebidos. El Modo de Producción Capitalista, la explotación capitalista, la acumulación y la concentración de capitales y riquezas dentro del capitalismo, la fase monopólico-financiera del capitalismo, como actual fase imperialista; toda esta absoluta centralidad política, económica, social, ideológica y militar del sistema burgués; sólo nos conmina, nos provoca, nos exhorta a una sola decisión: Constituirnos en la clase para sí, socialmente unidos, ideológicamente homogéneos, políticamente compactos, ser una sola fuerza, firme, disciplinada, granítica. Y sabemos, que en la base de esta realización, como eje central de esta dinámica histórica, debe estar la vanguardia revolucionaria: el Partido de
Por lo tanto, esta es la primera, ineludible y obligatoria tarea de cualquier revolucionario. Desde esta perspectiva de construcción, razonablemente histórica, dialécticamente científica, entendemos que la unidad revolucionaria no es convivencia ni coexistencia política. La unidad revolucionaria es resolver en una instancia superior, la conciencia y la voluntad de la conducción y de la dirección política de la clase. Estar juntos no es lo mismo que estar unidos.
Debemos insistir, porque es parte del compromiso de los revolucionarios con el pasado heroico de nuestra clase y también con el devenir victorioso de los pobres del mundo, que hacer política para derribar las estructuras injustas y para edificar una sociedad mejor, no va de la mano con cálculos oportunistas y mediocres. No es aceptable, convocar a la unidad revolucionaria para después servir políticas mezquinas y de corto plazo, y que no tienen que ver en lo absoluto, con el objetivo necesario y sentido de salir del empantanamiento en el cual hemos estado casi por dos décadas la izquierda y los revolucionarios. Cuántos creyeron que la convocatoria del 4 y 5 de abril, abría la posibilidad de que la izquierda revolucionaria se encontrara y luego coincidiera en el propósito común de levantar efectivamente una alternativa socialista para los sectores obreros y populares. Que todas esas exhortaciones a confluir para luchar por el poder popular y por una sociedad sin clases se acercara a algo más que una simple intención. Que de manera honesta, las organizaciones convocantes dieran lugar a un despliegue participativo y verdaderamente democrático de los contenidos de clase y a las aspiraciones socialistas y revolucionarias. Sin embargo, una vez más las expectativas sinceras y crédulas de muchas organizaciones, fueron decepcionadas y se tuvo que una vez más también, asistir al nacimiento -entre gallos y medianoche- de otra coordinadora que no tuvo nada nuevo que ofrecer en su clausura, a una ya raleada concurrencia. Nuestra conclusión, es que sectores reformistas solapados, haciendo uso de un lenguaje “revolucionario” intentan arrastrar a la franja revolucionaria tras políticas de disputa electoral condenadas de antemano al fracaso, y no por ser electorales, sino porque constituyen objetivos puntuales, aislados, unilaterales y absolutamente desarraigados de la contingencia social que experimentan los trabajadores y el pueblo.
NO EXISTE PEOR TRAMITE QUE EL QUE NO SE HACE
“Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica.” (1) Sí, decimos a Lenin, porque compartimos que a pesar de los pesares, se nos impone siempre el reto de seguir luchando, de juntar y amarrar los empeños, para desde la condición de minoría convertir el proyecto revolucionario en una opción de las mayorías pobres y explotadas. Tal desafió, sin duda, aparte de perseverancia y espíritu de sacrificio, requiere de una postura seria, responsable, por lo tanto científica en su concepción y desarrollo, exacta coherencia entre proyecto revolucionario y realidad histórica y material. Reivindicar el pensamiento y la obra de nuestros maestros, significa crecer en nuestra capacidad de análisis y desarrollar al máximo nuestros esfuerzos prácticos para multiplicarnos en el seno de la clase. Quienes hoy día, descalifican la tarea de edificar la vanguardia motejando peyorativamente de “iluminados” a quienes postulamos la formación y educación de los trabajadores y el pueblo con las herramientas del socialismo científico, no hacen otra cosa, que declarar su impotencia y falta de voluntad política, para de verdad construir ese poder popular del cual hacen tanta gárgara. Nunca será realidad el sujeto del cambio revolucionario, si condenamos a las mayorías a la ignorancia política y al analfabetismo cultural que representa la actual condición de alienación a la que están sometidas las masas en el Chile de hoy. Desde esta perspectiva, pensamos que no es bueno, estructurar fetiches, que finalmente distorsionan la tarea de construcción revolucionaria y socialista. No corresponde que los revolucionarios demos por sentadas situaciones que no existen o no se han dado y que muchas veces, ni siquiera representan una expresión larvaria de lo que se necesita como instrumento de realización y de cambio. Las evaluaciones para instalar certezas acerca de nuestra condición en lo cuantitativo y en lo cualitativo no es un ejercicio inútil a la hora de proponerse la construcción del Poder Popular. Creemos que no estamos cerca, precisamente, de dar un salto cualitativo en cuanto a grados de desarrollo, por mucho rato aún, deberemos sostener el esfuerzo de reconstruir al Movimiento Obrero y Popular. Esta necesaria organización de unidad de los sectores sociales, y que denota un estadio superior de organización y conciencia, todavía esta en ciernes y no encuentra momentos de aceleración, por cuanto, tampoco esta dado el instrumento catapultador y que es
POR
¡¡NADIE NOS TRANCARÁ EL PASO!!
(1) V.I. Lenin. ¿Qué Hacer?. Cap. I d), Pág, 31. Edic. en Lenguas Extranjeras. Pekín 1975.
Santiago, Mayo del 2009
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