La difícil tarea de la reconstrucción obrera y popular

En momentos distintos y en diferentes espacios donde se ha hecho presente la discusión y el debate de la izquierda, cuando se trata de definir el periodo actual de la lucha de clases; algunos dirigentes han hecho la afirmación de que estamos asistiendo a un cambio de periodo y para ello han considerado, como cuestión importante y central, las recientes movilizaciones; particularmente las huelgas obreras que han contado a la vez con grados significativos de masividad. Como ejemplo podemos señalar, la lucha de los obreros forestales, la de los subcontratados y la de los trabajadores de la empresa Agro Súper. Sin duda, querer caracterizar hoy día el antagonismo social y el como se expresan de forma objetiva las contradicciones entre capital y trabajo, resulta absolutamente necesario; y no por mero ejercicio intelectual y ocioso, sino para entender sobre que escenario nos estamos moviendo y cuales entonces podrían ser nuestras próximas actuaciones como actores de este enfrentamiento, todavía velado.

Tenemos que decir, que nos importa enormemente terciar en este debate, porque estimamos que toda discusión, aún la más pequeña, nos posibilita encontrar las orientaciones y referencias políticas que hagan más efectiva la tarea de acumulación en la que estamos comprometidos. Al respecto, el dilucidar temas tan importantes como conocer en profundidad la realidad, el establecer un diagnóstico de esta, con interés y rigor metodológico; pensamos es un cometido políticamente insoslayable y moralmente oportuno. Lo expresamos de esta forma, puesto que no se puede hablar de algo que no se conoce; no se puede intervenir, sin arriesgar serias equivocaciones, una realidad que no se ha estudiado. Por lo mismo, juzgamos que este ejercicio teórico de la izquierda y los revolucionarios, que además lo consideramos muy arduo, recién comienza.

LA DIFICIL TAREA DE ESTUDIAR EL MUNDO

Cuando, como resultado de la arremetida contrarrevolucionaria de los años 70, que en los planos político-ideológico desata la clase dominante. Primero, desmantelando a sangre y fuego y mediante el terrorismo de Estado, todas las categorías y el histórico y rico andamiaje conceptual que poseíamos como clase obrera organizada, asumido como un gran patrimonio cultural. Segundo, sustituyendo los contenidos que comportaba la conciencia proletaria, por degradadas formas de comprensión de lo inmediato, estableciendo un mínimo común de horizonte analítico, que se reduce a categorías de carácter chovinistas. Tercero, instituyendo gradualmente pero en términos regresivos, una concepción del mundo y de la historia, que consagra una suerte de analfabetismo cultural cuyo asiento es el miedo a pensar y a decir. Cuando esta ofensiva retrograda, se consolida y se sintetiza en la constitución del 80, el Movimiento Obrero y Popular en nuestro país ya no existía y queda patentada su desaparición con la persecución, encarcelamiento, tortura, ejecuciones sumarias y desapariciones forzadas de miles de sus militantes y líderes. Los mejores hijos del pueblo, los miles de cuadros que tantos años costó formar a nuestras organizaciones de clase, habían sufrido el exterminio y ya no contaríamos con ellos, para mantener la ciencia viva en nuestras filas.

DEMORAR EL RELOJ DE LA HISTORIA

La lucha antidictatorial constituyó para la izquierda y los revolucionarios un proceso permanente de emergencia y urgencia. El ciclo continuo acción- represión, siempre nos puso en la disyuntiva trágica de reemplazar dolorosamente las pérdidas de valiosos militantes por una generación de relevo estimulada a la lucha, fundamentalmente por la opresión y por el instinto de clase. Esta militancia que recién nacía al compromiso y a la lucha; vivía la emergencia de sumar y sumar, sin contar con el tiempo suficiente para formarse y formar a la vez a sus condiscípulos de organización y de historia. La prisa por dejar atrás la noche dictatorial, se hermanaba al sigilo para no presentar tantos flancos débiles a un enemigo poderoso. Esta constancia y combatividad de los revolucionarios, fueron a no dudar, las principales armas que erosionaron los cimientos dictatoriales, situación que muy bien aprovechada por el imperialismo y el oportunismo burgués opositor al régimen; significó la derrota del proyecto popular y revolucionario y una salida burguesa pactada a la crisis del capital. La “Alianza Democrática” surge entonces como el nuevo peón del imperialismo norteamericano, y esta vez su jugada maestra pudo contar con un elemento legitimador importante, el socialismo renovado se involucraba voluntariamente en su táctica de arrebatar el triunfo a los sectores democrático- populares.

Es el año 86, el que marca el nuevo momento de reflujo para los sectores obreros y populares. La oposición burguesa tenía todo su arsenal dispuesto a la ofensiva. En lo político constituía una amplia alianza política y social que incorporaba desde la “aristocracia” obrera, pasando por pobladores, estudiantes, gremios profesionales, hasta grandes empresarios aquejados de la competencia desigual con el capital transnacional, y partidos políticos que iban desde la llamada “derecha republicana”, pasando por el social-cristianismo, la socialdemocracia y el centrismo de izquierda representado por los socialistas renovados. En lo ideológico, con ciertas dificultades, pero contaron con una diversidad de medios de comunicación, que les ayudó a posesionarse en distintos e importantes frentes sociales, y en este ámbito de las ideas, sin duda que le fue de un extraordinario apoyo, la posición explícita de la iglesia convocando a esta salida pactada mediante el llamado “Acuerdo Nacional” cuya convocatoria fue asumida públicamente por el arzobispo Juan F. Fresno Larraín.

Fuera de escena la dictadura, comienza el proceso de demorar el reloj de la historia. La llamada “transición democrática”, no fue otra cosa que la postergación indefinida en el tiempo de todas y cada una de las demandas populares, que en su proyecto original, la “Concertación de Partidos por la Democracia” prometió solucionar en el más mínimo plazo de tiempo. La “Deuda Social Histórica” fue olvidada por este tránsito interminable hacia la “restitución democrática”. Ocurría, que mientras la “concertación” realizaba conscientes malabarismos políticos para consolidar por un lado, el modelo económico de los monopolios, y perfeccionar por otro, toda la institucionalidad para dejarla en consonancia con los grandes intereses de la burguesía monopólico-financiera, preparando con la ayuda del “consenso democrático” todo el marco jurídico-político necesario para “reformar” a favor de las privatizaciones y del “Consenso de Washington”. La clase dominante debía darse tiempo y se lo dieron, en el menor tiempo posible, y que ya suman 18 años de gobiernos pro-imperialistas, con todos los tratados de libre comercio habidos y por haber, les era urgente hacerle a los dominados, un prodigioso rayado de cancha: mesitas de diálogo y garrote, mesitas del todo decoradas y con anfitriones de amplias sonrisas para desarmar la petición social; y plomo en caso de mucho desorden de la “paz social”. Mientras la “concertación” y la “alianza por Chile” cumplieron su cometido, nosotros -el campo popular- nos deslumbramos y nos distrajimos con los voladores de luces y nos fuimos enredando en una complicada trama de fracasos. Fracasos sindicales, fracasos poblacionales, fracasos estudiantiles, fracasos políticos, en definitiva, el gran fracaso de la reconstrucción obrera y popular.

No se trataba de aquel sociologismo cliché, de “rehacer el tejido social”, de “restablecer las convivencialidades básicas”. El problema entraña situaciones más profundas y esenciales y es el definir qué fue destruido, qué fue desmantelado, qué fue cambiado o sustituido por el enemigo. Aquí entonces, surge una afirmación categórica: lo profundo, lo esencial, es el contenido histórico de la identidad de los explotados, de los oprimidos, la identidad que los cohesiona ante el hecho objetivo de la explotación, ante el hecho objetivo del hambre y la miseria. Esta identidad, es un estadio de las relaciones sociales de producción, es un momento de las contradicciones entre dominadores y dominados, entre capital y fuerza de trabajo. Esta identidad, es un estado de claridad y distinción entre los diversos componentes de la realidad material objetiva. Se trata de la conciencia, de la conciencia de clase. Pues bien, lo que caracteriza nuestra derrota como pueblo, no es el hecho simple y cotidiano, de que hayan roto “el tejido social” que de muchas formas continua intacto expresando distintos modelos y formas de relación humana. No es el hecho de que hayan quebrado las “convivencias básicas” que también permanecen soldando los elementales puentes de comunicación de los seres humanos. Lo que ocurrió de desastroso para nosotros, es que destruyeron el sentido de nuestra marcha histórica como trabajadores y como pueblo, destruyeron nuestro horizonte emancipatorio de todas las cadenas que inhiben la libertad con mayúscula de los oprimidos y explotados. Destruyeron la síntesis que se configuró en nuestros cerebros, producto de la acumulación de experiencias y conocimientos, alcanzados en años de lucha y afán por comprender lo que vivimos en una sociedad concreta y real llamada capitalismo. Esa verdad, desapareció con nuestros desaparecidos, con nuestros muertos, pero se asió subrepticiamente a la memoria colectiva e histórica de los pueblos y quedó en forma de recuerdo, quedó en forma de libro, para volverla a depositar en las cabezas de los trabajadores y del pueblo. Y en esta fase nos encontramos.

QUÉ ES RECONSTRUIR

Si bien el año pasado, las movilizaciones sociales, particularmente la de los trabajadores, mostraron masividad, cohesión y por sobre todo una decidida combatividad, que les posibilitó el triunfo y la conquista de sus objetivos (mejora salarial); no es menos cierto, que desde el punto de vista, precisamente de la conciencia, la aspiración social tuvo el límite de lo económico. Reconocemos que es una lucha absoluta y categóricamente legítima. Mejorar los niveles y la calidad de vida, es un derecho de los trabajadores y de todo el pueblo, y es una aspiración que debe concitar el apoyo y la solidaridad de amplios sectores, y debemos apuntar a que así sea. Sin embargo, nosotros sabemos que en el capitalismo, ninguna conquista esta garantizada, ningún derecho se gana para siempre, por esta razón, es que Lenin, comprendiendo acabadamente la estructura de la explotación capitalista, plantea la necesidad de rebasar en conciencia los objetivos históricos del proletariado. La conciencia de clase, es una de las categorías científicas del materialismo científico y como tal, no se reduce al ejercicio colectivo simple de sumar, organizar y movilizar voluntades en pro de una mejora económica, por mucho que esta demanda se construya sobre argumentaciones aritméticas y valóricas que la justifiquen desde el punto de vista de la equidad. El tema de la redistribución de los ingresos, que sirve precisamente de base y de argumentación a las luchas y a las concepciones reformistas de la izquierda, no se relaciona en absoluto con la conceptualización marxista de conciencia en sí y conciencia para sí, en los procesos de des-alienación que se operan en las experiencias de explotación y lucha de los trabajadores contra el capital. En este sentido el Che nos recuerda que “El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.” (El hombre y el Socialismo en Cuba)

La conciencia de clase, de la cual se habla desde los albores del Movimiento Obrero Internacional, no tiene que ver simplemente con el problema de las mejoras salariales y el elevar la calidad de vida de los obreros y sus familias (su prole). La conciencia de clase se configura y expresa, en la misma medida que los trabajadores se van explicando y van aprendiendo en el marco de las relaciones sociales de producción, que el capitalista no sólo compra su fuerza de trabajo, sino que además se apropia de la realización de la plusvalía en el mercado; cuando aprende que la existencia de la propiedad privada de los medios de producción, no de debe al resultado de leyes naturales, sino al surgimiento histórico de las clases sociales, a la expropiación del excedente económico y a la conformación de un instrumento de dominación que ejerce la coerción a favor de las clases dominantes y que recibe el nombre de Estado. La conciencia de clase, es un proceso dentro del cual los trabajadores con elevados y maduros niveles de organización, atienden el comprender la relación en que se encuentra la mercancía como modo histórico del trabajo social de los individuos, con la dinámica práctico-espiritual de las clases sociales en la producción. En otras palabras, cuando hablamos de la conciencia de clase, estamos refiriéndonos al vínculo que tiene la experiencia del trabajador, como productor de mercancías y la vivencia de la explotación de su fuerza de trabajo en el proceso de producción de mercancías, con las nociones científicas que posibilitan comprender el modo de producción capitalista, en su totalidad y en su concreción, como un proceso que posee en si mismo su propia ley y que a la vez se desarrolla sin la intervención de la conciencia e independiente de la conciencia del hombre. Y agregar que estas nociones, embrionarias en un comienzo y constituidas en teoría después, facilitan conocer al capitalismo como un proceso dentro del cual sus propias leyes contienen el modo como los hombres van haciendo conciencia de este proceso y de la posición que tienen al interior del mismo. En definitiva, la conciencia de clase, es el estadio de comprensión que los trabajadores tienen, para descubrirse en su origen y configuración como el sujeto que tendrá la misión de llevar a cabo la destrucción revolucionaria del sistema, y es lo que Marx llamó en el Capital “una enorme toma de conciencia”.

Dado lo anterior, la reflexión que se desprende de esta visión, es que la izquierda y los revolucionarios, condicionados negativamente por las actuales situaciones de retroceso o lisa y llanamente ausencia de una conciencia de clase, definamos que los grandes e históricos desafíos revolucionarios, debemos intentarlos con una fuerza social menos clara de sus propósitos estratégicos, menos convencida de sus aspiraciones tácticas, menos armada de voluntad política, y con una concepción de sociedad medianamente trazada como proyecto político, económico y social. Tal decisión, de plantearse nos ubicaría a no dudarlo, en una posición absolutamente idealista y hasta casi reaccionaria. Plantearse el desafío revolucionario, sin los supuestos o premisas que caracterizan la conciencia de clase, tal como la concebimos los marxistas, es abandonar a priori la obligada tarea de constituir el sujeto de la revolución social. Y hay que decirlo, no existen razones de tiempo y espacio que justifiquen, el no cumplir la necesaria tarea de la reconstrucción del Movimiento Obrero y Popular en nuestro país, sin considerar que tal gigantesca tarea implica un proceso de acumulación, constitución y acumulación de fuerza cuyo contenido impulsor y orientador de la marcha histórica de los sectores explotados y oprimidos de nuestra sociedad, es la plena y profunda identidad de clase, el pleno y profundo sentido de protagonismo, poseer conocimiento del capitalismo como sistema y tener delineado el horizonte del Socialismo como objetivo histórico. La definición rigurosa de las contradicciones de clase, tanto la contradicción principal como las secundarias, la definición de fuerzas motrices del cambio; significa que en el mencionado proceso de reconstrucción, la clase obrera en particular, ganará la capacidad de develar para sí y para los sectores del pueblo, las leyes del capitalismo, que la mayor parte del tiempo actúan sobre los individuos sin que estos se den cuenta. Pero además de esto, comprenderán que a pesar del extraordinario desarrollo que ha experimentado el capitalismo, no serán sus propias contradicciones, aún agotadas todas sus posibilidades, las que harán trizas el sistema.

Lo hemos dicho en muchas tribunas, en Chile, estamos experimentando todavía un retraso respecto de otros países de la región. Estamos convencidos que las movilizaciones y luchas dadas, no expresan aún un cambio de periodo y deberemos realizar redoblados esfuerzo para que a lo más en un mediano plazo se vaya perfilando una tendencia que sitúe la lucha de los trabajadores y los sectores del pueblo en otro plano, el paso de lo cuantitativo a lo cualitativo, dependerá del como la izquierda y los revolucionarios asumimos la configuración del factor subjetivo, que a nuestro juicio no debiera ser una voluntad híbrida, ecléctica y direccionando de manera ambigua la salida a la crisis actual del capital.

Hasta ahora, la atomización orgánica continua presente como expresión del reflujo y en la medida que las orgánica revolucionarias van experimentando pequeños grados de crecimiento, se van afirmando en el seno de algunas de ellas, el caudillismo y el complejo de vanguardismo, que en las actuales circunstancias a todos los movimientos o partidos revolucionarios existentes nos sienta muy mal. Por lo pronto, y aunque pueda parecer una prédica en el desierto, en el Movimiento por la Convergencia Revolucionaria seguiremos insistiendo porfiadamente en la unidad de los revolucionarios, convencidos de que ninguna orgánica actual, será capaz por si sola de abrazar la enorme cantidad de tareas que urgen en la actual coyuntura nacional. La clase dominante sigue dando lecciones de unidad que le están permitiendo sortear con comodidad los recientes errores de gestión política y se nos presentan como un solo bloque para continuar administrando la crisis del sistema. Estando así las cosas, no podemos juzgar como insuficientes y contradictorios los procesos democrático-populares que se yerguen en nuestra América Latina, pues estos en lo real y concreto expresan un importante y diríamos hasta un envidiable avance de los pueblos en su lucha contra el capitalismo y el imperialismo.

CONVENCIDOS, FIRMES Y SEGUROS: POR LA UNIDAD GRANITICA DE LOS TRABAJADORES Y EL PUEBLO.

MOVIMIENTO POR LA CONVERGENCIA REVOLUCIONARIA (MCR)

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LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA Y SUS MITOS EGOCENTRICOS

Por Reinaldo Troncoso

LA UNIDAD EN TORNO A MITOS

Este comienzo de año se ha cargado de acontecimientos que, de una u otra manera, reflejan las contradicciones y reacomodos de los actores sociales y políticos, expresando una coyuntura dinámica y vaticinadora de importantes acontecimientos que se conectarán desde las movilizaciones de los trabajadores y de los sectores populares con mayores demandas redistributivas y en paralelo la clase dominante sosteniendo sus políticas por una aún mayor concentración. Lo que nos espera, será sin duda, una agudización de los conflictos económico-sociales, pero dentro de un marco todavía manejable para el gobierno y para la gran burguesía. Las contradicciones y sus resoluciones –pensamos- permanecerán aún dentro de ámbitos legales y semi-legales. Los conflictos legales seguramente se relacionaran – como ya ocurre – con el juego que institucionalmente, legitima las políticas coyunturales del modelo y las repercusiones que estas tienen para los trabajadores y demás sectores sociales: “reforma provisional”, “reforma educacional”, ley de subcontrataciones, etc. En este ámbito, seguramente, las negociaciones entre empresas y trabajadores, estarán reguladas por la fuerza que cada contendiente sea capaz de imponer y donde el fuero sindical, la huelga y la solidaridad de clase serán los instrumentos que pueden imponer mayor presión a los procesos. La lucha semi-legal, se desarrollará en aquellos espacios donde la ausencia de ley se encuentra sustituida por la fuerza social y la capacidad de movilización de aquellos sectores que han logrado con su reactivación poner en jaque a la atomización orgánica, aunque sea de manera puntual. Un punto aparte lo constituye la lucha histórica del pueblo Mapuche por sus tierras y su identidad cultural, que a un alto costo humano y social, está logrando romper el cerco represivo y comunicacional contrainsurgente, que le ha tendido el gobierno con la complicidad de la oposición burguesa representada por la “Alianza por Chile”.


Es necesario explicitar lo que está actualmente como telón de fondo, acusando para un corto plazo la ya mencionada agudización de los conflictos sociales y políticos. Ni la Concertación ni la Alianza por Chile, hasta ahora han dado respuestas, como piezas importantes del Estado burgués, a las situaciones de: bajos salarios, porcentajes aún significativos de desempleos, sobretodo en la población juvenil, el incumplimiento a la ley de subcontrataciones que abre un nuevo conflicto con Codelco; problemas de acceso y atención de mala calidad en salud en policlínicos, postas y hospitales de la cobertura estatal; las dificultades con la educación y los deficientes estados de la calidad en los colegios municipales, los problemas de rendimientos y deserción en los sectores más pobres y el costoso recorrido de los jóvenes de bajos ingresos para acceder a la educación superior; el tema del transporte público que continúa desafiando la paciencia de los usuarios sin avizorarse cambios importantes en su gestión e implementación; los latentes dramas de viviendas y los temas de los deudores habitacionales que hasta hoy nadie ha querido escuchar en las esferas gubernamentales, las demandas mapuches y la criminalización de sus protestas y la militarización de la zona en conflicto. Dentro de una cifra de miles, estas serían las principales fuentes de conflictos que darán lugar a la movilización y protesta popular este año 2008.


Es menester decir, que la atención que preste la izquierda a estas demandas, puede auxiliar en mucho al despliegue de una dinámica menos marcada por el espontaneísmo y generar formas de articulación y conexión que anulen en algún grado, el fenómeno de la fragmentación social que por tan largo periodo a compartimentado negativamente la lucha de los diferentes sectores sociales. Pero es ante esta necesidad que nos tropezamos con un gran problema y es lo siguiente:

Existiendo avances importantes en cuanto al diagnóstico, aún cuando no sea una caracterización del todo acabada y rigurosa en sus alcances, lo cierto es que para muchas organizaciones sociales, colectivos y partidos políticos, en cuanto a lo que ocurre en el campo obrero y popular y sus necesidades y problemas, hay suficiente claridad respecto de cuales serían las plataformas que orientarían la lucha en los próximos conflictos de clases. Sin embargo, como una suerte de sortilegio frente o por sobre esta realidad se yerguen de buenas a primera, mesianismos políticos que nadie ha comprobado ni puede comprobar empíricamente. Es precisamente el diagnóstico del cual hablábamos, el que nos refiere el vació de conducción revolucionaria que hasta hoy pena las urgencias de dirección en las tareas de reconstrucción del Movimiento Obrero y Popular. Todos hemos estado de acuerdo que la reactivación social recién ha comenzado, sin que esto signifique un proceso exacto y estricto de reconstrucción en tanto las luchas que se han manifestado, no han apuntado junto con la demanda economicista a resolver los graves problemas de atomización orgánica, de fragmentación social y de dispersión ideológica que vienen siendo las grandes trancas que caracterizan el actual reflujo de los trabajadores y el pueblo. Existiendo este acuerdo en los emergentes y aún embrionarios espacios de reencuentro de la izquierda y los revolucionarios, se elevan las posturas falaces de que “ciertas izquierdas” constituirían en el seno de este pueblo desarmado, al interior de una clase aún no reconstruida; conformarían –decíamos- una suerte de corrientes culturales fuertemente ancladas a la conciencia de las “masas”. Desde hace varios años a esta parte, escuchamos hablar de la “cultura mirista”, la “cultura comunista”, la “cultura rodriguista” y tal vez otras de las que no hemos escuchado. No sabemos exactamente quien comenzó ni cuando se comenzó con esta denominación tan extraña y al mismo tiempo tan contradictoria para militantes de cuño marxista; pero pensando con cierto detenimiento, esta expresión no nos parece ni feliz ni adecuada, toda vez que la historia y trayectoria de una orgánica política está íntimamente ligada a su proyecto y programa revolucionario.

En las tradiciones de la izquierda, las conmemoraciones de distintas efemérides y aniversarios, han servido siempre para instalar balances y/o desprender tareas que apuntan a responder a los problemas que develan los diagnósticos políticos. Sin embargo los últimos 20 años, estas conmemoraciones, nos han revelado a una izquierda casi religiosa que ha hecho de estos eventos verdaderas liturgias, que más que buscar el despliegue de una mística revolucionaria, se concentra en atribuir con un lamentable complejo egocéntrico a la orgánica propia la calidad de indiscutible referente de conducción político-ideológica. De no ser porque resultaría demasiado arrogante autodefinirse hoy en día como vanguardia de la futura revolución chilena, muchas de estos colectivos, movimientos o partidos políticos, para decir lo mismo, utilizan el concepto de “cultura…” como si con ello la ilusión pudiese sustituir o reemplazar la realidad. En la actual y minoritaria izquierda, considerando a los sectores reformistas y revolucionarios, sabemos sobradamente que hasta ahora no hemos logrado constituirnos en una alternativa real para los amplios sectores de los trabajadores y el pueblo. Si atendemos con honradez la gravitación social de la izquierda, diremos que la correlación de fuerzas nos es desfavorable. El que no integremos en esta afirmación, indesmentible objetivamente, el término “absolutamente”; se debe a que efectivamente en los tres últimos años, tal situación de aislamiento respecto de las mayorías, se ha logrado revertir progresivamente e ir marcando algunos avances en cuanto a ligazón de la izquierda y los revolucionarios con sectores sociales, que han agotado su nivel de paciencia y que han asumido poco a poco la decisión de expresar públicamente su descontento con el sistema y en particular con el gobierno. Sin embargo, este vínculo, no deja de ser una relación mediática, construida como una identidad de intereses, pero que no ha logrado traducirse en acopio de fuerza orgánica. Ahora, lo último que hemos señalado, explica una situación que no deja de ser interesante y que hace precisamente la diferencia entre identidad política y social y dirección o conducción revolucionaria.


VOLUNTAD HEGEMÓNICA V/S VOLUNTAD UNITARIA


No sabemos si acontece en otros países, pero en Chile, los eventos político-culturales, tienen una fuerte connotación atávica, de ahí - nos parece - que esta atmósfera se torna un tanto alienante como para distinguir en la realidad, esas condiciones materiales objetivas de las que nos hablaba Lenin y el verdadero “estado de salud” del factor subjetivo, que debiera – de todas maneras - subordinar el sentimiento épico con el que construimos nuestros trazos de historia. La memoria que legítimamente rescata del olvido hitos, acontecimientos heroicos, o la génesis de nuestro compromiso; no debiera encandilar o distorsionar nuestra visión científica, cuando se trata precisamente, de convocar esos hechos de la historia para afirmar lo que es central en todo proceso de acumulación revolucionaria: Unir a los revolucionarios y no ensalzar a contrapelo de la realidad, a un grupito de ellos como catalizadores de un movimiento histórico que, les resultará según esas mismas condiciones materiales objetivas, categóricamente imposible de conducir.


Con nuestro más profundo respeto, y los compañeros saben que esta relación de respeto está dada. Nos queremos referir críticamente a este tema de las “culturas” políticas. Considerando que cada organización surgió y se desarrolló como respuesta histórica a determinadas circunstancias, que más allá de que estas respuestas desde un punto de vista estratégico o táctico, hayan resultado correctas o no, y atingentes o no a esas circunstancias, lo cierto es que marcaron de manera importante la realidad nacional y jugaron un papel significativo en el proceso de lucha antidictatorial que, los situó efectivamente como protagonistas centrales en la lucha por los intereses de los trabajadores y del pueblo. En términos de esta lucha antidictatorial, atravesaron distintos momentos que, finalmente no los exime de vivir el reflujo obrero y popular como parte constitutiva de la clase, y obviamente ser parte de la crisis de la izquierda y los ineluctables procesos de descomposición que estas crisis traen aparejado. Se sufrieron divisiones y subdivisiones, permanencias y deserciones, lealtades y traiciones y – pensamos nosotros – que todavía no hemos llegado a tocar fondo y que aún no pocos fragmentos de esta izquierda, particularmente fracciones “revolucionarias” sobreviven alimentándose de los sectarismos, los caudillismos y de los infundíos y calumnias que se levantan para destruir o neutralizar a supuestos rivales políticos. Dentro de este cuadro político, social, psico-ideológico, se pretende por sobre la teoría marxista, dar nacimiento con fórceps a “culturas” que objetivamente no existen, y que se asocian, equivocadamente, con la mística que mediante símbolos se expresan al interior de las orgánicas políticas, pero que no excede al todavía pequeño número de militantes de las organizaciones, que además no tienen hoy por hoy, históricamente raigambre social y nacional extensa.


Se torna lamentable que en el análisis de las organizaciones la auto-referencialidad cobre características políticas de ficción, como si el sacarnos la suerte entre gitanos fuese posible. En los discursos de aniversarios de las orgánicas ligadas al mirismo, como de las ligadas al rodriguismo, la tónica es que estas “culturas” son para quienes las asumen como propias y reales, corrientes insustituibles de conducción revolucionaria, afirmando que su desaparición en cuanto tales “culturas”, producirían un vació aún mayor en el proceso de reconstrucción, significando para el conjunto de la izquierda y los revolucionarios un verdadero retroceso político que implicaría la nefasta situación de sacar de en medio de la lucha de clases, la memoria histórica, ya que está constituye un importante resorte de edificación ideológica.. Con respecto a esto, corresponde decir que:

  1. La tarea y desafió de la reconstrucción eficaz del Movimiento Obrero y Popular, se relaciona con el tema de la conciencia como contenido y forma de la voluntad revolucionaria. Se relaciona con el tema de la unidad como necesidad científica y posibilidad histórica de constituirnos en una sola fuerza y dirección de la clase. Y también con el tema del Proyecto histórico y estratégico como síntesis del sistema económico, social y político que queremos construir.
  2. El rearme ideológico, que para nosotros significa reconstituir la conciencia de clase, tiene que ver en estricto rigor con el trabajo arduo y perseverante de insertar con el método adecuado y con una pedagogía clara y sencilla, la teoría del Socialismo Científico en cada uno de los espacios de los trabajadores y el pueblo. Convertir en el menor tiempo posible y con la mayor de las eficacias y métodos de formación, al máximo de militantes sociales y políticos en cuadros revolucionarios. Es la única forma de poner en retroceso al contrabando ideológico instalado en la conciencia de las masas y de combatir el fenómeno de la dispersión ideológica que se entronizó con la dictadura.
  3. La construcción del Poder Obrero y Popular, se relaciona con la creación en el seno de los frentes sociales y territoriales, de capacidades colectivas de gestión política que habiliten a los trabajadores y sectores populares para el diseño de plataformas político-sociales que expresen en la práctica y en lo concreto, la disputa de hegemonía a los sectores dominantes. De paso entender que, Poder obrero y popular, no es simplemente autonomía e independencia de clase, sino que este ejercicio nos refiere a una dualidad (paralelismo) de administración y de mando que embrionariamente manifiesta al futuro Estado revolucionario.
  4. Que el proceso de acumulación, constitución y movilización de fuerzas, se desarrolla con las ventajas y las influencias reales y verdaderas. Esto nos dice que sin inserción y presencia tangible en los frentes sociales, no será posible a la izquierda y a los revolucionarios conquistar ningún cerebro y ningún corazón. Así como en la década de los 60 y 70 se exhortaba a los militantes a la proletarización, llamando con ello a contar en términos prácticos y teóricos con una fuerte identificación de clase; hoy día debemos formularnos la misma exigencia, ya que la prolongada crisis en la que aún nos encontramos (en Chile) nos ha aburguesado en demasía la voluntad.

En definitiva, las más apremiantes tareas precisan de elementos que se constituyan en los instrumentos oportunos y pertinentes para construir la Fuerza Social Revolucionaria que provoque el cambio revolucionario. Por lo tanto, debemos hacer uso de todo el legado y las tradiciones de organización y luchas del pasado, de la importante acumulación de experiencias que hoy nos permiten contar con una valiosa materia social, política y moral, factores todos que adecuados a las nuevas condiciones materiales e históricas nos den los resultados de transformación esperados. Pero, no podemos caer en el error de construirnos espejismos que nos costaran caros a la hora de enfrentarnos con la realidad. En Chile las mayorías hoy día son concertacionistas y aliancistas. Bajo estas condiciones ¿Dónde está la cultura comunista? ¿Dónde la cultura mirista? ¿Dónde la cultura rodriguista? ¿Dónde la cultura lautarista?. No existen, y si existieran estarían constreñidas a sus propias orgánicas, dentro de las fronteras de su misma organización y así es. Entonces –pensamos- que no corresponden llamados a crear o a afirmar fenómenos inexistentes. Estas “culturas” extrañas, no son otra cosa que la negación indirecta de los dirigentes políticos de la franja revolucionaria, para abrir cauces de unidad que hagan de nuestra lucha una experiencia homogénea en cuanto a un diseño político para el periodo actual de la lucha de clases.

No debemos – a nuestro juicio – complicar los procesos de unidad y convergencia, estableciendo acentos en identidades que no nos son necesarias para resolver el vació de conducción; para atender el proceso de acumulación, constitución y movilización de fuerzas en lo social, político e ideológico; para desarrollar la enorme e importante tarea de reconstruir el Movimiento Obrero y Popular, como el primer peldaño de lo que será el futuro Poder Obrero y Popular y finalmente estas falsas culturas no nos permitirán abocarnos y concentrarnos en rearmar lo único que puede enrielar, dirigir y perspectivar las luchas de los trabajadores y el pueblo, no sólo contra el modelo y el sistema, sino también por el Socialismo, y esa condición única y necesaria es la Conciencia de Clase. Chile no ha sido nunca, espacio de cultivo de fenómenos subculturales en lo político, como lo fue Argentina con el peronismo, Perú con el aprismo, Nicaragua con el sandinismo; lo más cercano a este tipo de fenómeno fue el allendismo que efectivamente transversalisó a amplias capaz de la clase obrera y de los sectores populares, incluso hasta casi todo el periodo de la lucha antidictatorial. Pero esta expresión cultural real y verdadera, se fue debilitando con los años hasta quedar reducida a una expresión de la memoria histórica de la izquierda consecuente y revolucionaria. En este sentido no ha sido menor, lo obrado por la clase dominante para borrar el legado de consecuencia y lealtad que expresó el Presidente Allende con los intereses históricos de la clase. A partir de estos esfuerzos a favor de la amnesia y el olvido histórico, es que en el campo popular no se ha logrado configurar un liderazgo con la fuerza y legitimidad que tuvo el ejemplo del compañero Salvador Allende.


LA AUDACIA DE CONSTRUIR LA UNIDAD


En Chile la lucha de clases continúa expresando su dinamismo histórico, las contradicciones en lo social y lo económico muestran de manera más nítida y hacen más visible la agudización de los conflictos. Pero, aún la izquierda y los revolucionarios no apuramos el tranco para responder coherentemente a los desafíos del momento. Sin duda que tenemos un déficit de liderazgo, pero también debemos decir, que los liderazgos son reflejo de las capacidades, de los conocimientos, de las experiencias, del compromiso y la entrega que se reúnen y se amalgaman en un dirigente revolucionario, o en una dirigencia revolucionaria. Lamentablemente no hemos contado con la oportunidad de tropezarnos con la actitud y conducta madura políticamente, con el espíritu moralmente desprendido y teóricamente lúcido; que nos hubiese ofrecido la disposición y la decisión de deponer en aras de los objetivos de emancipación histórica de la clase, el pequeño símbolo, el reducido grupo, la sectaria “verdad”, el mezquino afán de poder y de control de la pequeña capilla política e ideológica, para avanzar al objetivo de constituirnos en la fuerza y poder antagónico al de la burguesía. Así y todo, no debe haber lugar para el escepticismo y el desanimo, porque es verdad que a pesar de las dificultades, en nuestra filas se está abriendo camino para aminorar las distancias en algunos casos, vencer las desconfianzas en otros, acercar posiciones con unos y proponernos marchar juntos con los más cercanos. Nada sin embargo, ocurre azarosamente, en nuestro país de nuevo los marxistas, afirmamos que las leyes de la dialéctica histórica están operando y lo quieran o no los renegados y nuestros enemigos, más temprano que tarde nos asomaremos a una nueva síntesis histórica: el Socialismo.



POR LA CONVERGENCIA REVOLUCIONARIA

POR LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA

POR LA UNIDAD DE LOS TRABAJADORES Y EL PUEBLO

¡¡NADIE NOS TRANCARÁ EL PASO!!



Santiago, Agosto 2008

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EL CINISMO, LA MENTIRA Y EL AFAN DE PODER PERSONAL: EXPRESIONES DE LA DESCOMPOSICION MORAL EN LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA.

Por Reinaldo Troncoso


Me dirijo a los hermanos de ruta, a los compañeros de historia, a mis camaradas: a los revolucionarios.


Hace ya mucho que la izquierda y los revolucionarios fuimos derrotados por nuestros enemigos de clase. Y hace ya tiempo también, que la izquierda y los revolucionarios nos empeñamos por superar esta derrota e iniciar nuevamente un proceso de reconstrucción orgánica, de rearme ideológico y de recomposición moral. En función de esta necesidad histórica, nos servimos de la experiencia y del legado moral que las generaciones anteriores nos dejaron como lecciones de consecuencia, entrega, combatividad, heroísmo y compromiso revolucionario. De este pasado extraemos los valores y principios que sostienen y dan posibilidad de futuro a nuestra lucha, y desde estos valores, hacemos los esfuerzos por levantar la estructura que sea la fortaleza de nuestras ideas y de nuestra práctica de clase.


Sin embargo, hace ya mucho también que, los valores del enemigo se han hecho parte del acervo cultural de gran parte de esta izquierda y por lo mismo, los empeños que se invierten para remontar la lucha revolucionaria se retrasan y nuestros objetivos se vuelven una y otra vez a postergar en el tiempo. En casi 20 años, hemos ensayado cientos de fórmulas para salir del atolladero. Están como experiencia, desde los círculos de estudios y formación, pasando por los colectivos sociales y políticos, hasta repitiendo más de una vez la idea de los frentes y la organización de partido. Casi inexcusablemente nos hemos sentido necesarios y hasta imprescindibles en aquellas dinámicas. Nos parece por lo tanto, muy justo, valorar y considerar como un gran y significativo aporte, cada uno de los esfuerzos realizados en estas casi dos décadas de subsistencia política.


Parte de los años ochenta, todos los años noventa y los ya dos tercios recorridos de la primera década de este nuevo siglo, se pueden caracterizar como un periodo copado de muchos y variados esfuerzos que en lo fundamental apuntaron a retomar la iniciativa estratégica, pero, lamentablemente sobre un escenario vacío de los principales antagonistas: la clase obrera y el pueblo. Una pequeña franja de jóvenes acompañados de unos pocos ex militantes, constituyeron la nueva fuerza de luchadores que, enfrentaban como realidad un modelo económico en crisis, pero, funcionando dentro de estructuras de dominación política ya suficientemente consolidadas; además de situarse al frente de una clase dominante unida estratégicamente y con una gran capacidad de administración, que les hizo posible prolongar hasta hoy las dificultades estructurales del modelo y su colapso. Este será el contexto que en primer lugar hará inoperante la retoma de la iniciativa. El reflujo social y político, no pulsado con rigor por esta nueva generación, significó profundizar los niveles de atomización a esta izquierda consecuente y a los revolucionarios, aislándonos aún más de las mayorías que ya habían encaminado su rumbo por los senderos del consenso burgués.


LOS CAMINOS HACIA EL PANTANO


Las ofertas culturales del capitalismo encontraron su terreno fértil en los fenómenos de atomización orgánica, fragmentación social y dispersión ideológica de los sectores obreros y populares, incluidos en estos, obviamente, la izquierda y los revolucionarios. Difícilmente los pequeños grupos que enfrentaban de manera activa al sistema, podrían mellar con sus acciones al contenido atrayente del “bienestar” consumista, al afán individualista y a la alienante competencia dada para complacer el arribismo social que había inoculado el sistema en cada una de las cabezas “ciudadanas”. La marcha por el endeudamiento y por el sobre endeudamiento ya se había iniciado en la década de los setenta y en los ochenta las tarjetas de crédito lucían brillantes hasta en las billeteras de muchos militantes de la izquierda anti-sistémica. Las justificaciones para legitimar tamañas novedades iban y venían del mismo modo que la Concertación justificaba la interminable “transición” a “la democracia”. La nueva fuerza, intentaba ser un baluarte de justicia frente a las mentiras y falsas promesas de los sectores dominantes, y su rechazo ético al sistema que tenía como contraparte la moda del pragmatismo político, la convertía en una izquierda marginal y distanciada de los espacios ocupados por las mayorías que, sólo ponían atención a las ofertas del gran capital financiero internacional. Difícilmente esta franja de revolucionarios pudo quedar libre de alguna contaminación ideológica burguesa, sobre todo en las condiciones de auto-“marginalidad” que asume. La identidad que se busca rescatar, definitivamente se altera o se pierde, cuando sin darse cuenta abre espacio en su seno, a todo un andamiaje conceptual dentro del cual la idea de diversidad, se constituye en un importante eje de desarrollo ideológico que, la propia clase dominante había elevado como la propuesta preferente de su consenso inter-burgués.


Colocada en una situación de minoría; sin contar con espacios amplios de gravitación social; sin el ejercicio del debate al interior de una ausente clase obrera independiente y activa, crítica y con capacidad de control moral; sin la oportunidad de confrontar las ideas de cara a los acontecimientos históricos. En definitiva, esta izquierda revolucionaria minoritaria, se enreda y confunde con sus auto-referencias y sus “verdades propias”, perdiendo así el norte dialéctico de su dinámica, para finalmente caer cautiva de marxismos sui generis que, han resultado altamente nocivos y hasta contrarrevolucionarios en sus premisas. La constatación que se advierte y que resulta dialéctica en su naturaleza, es que no será posible constituir a la clase para sí, sin la existencia del instrumento organizador, educador y conductor de los trabajadores y el pueblo: el Partido Revolucionario. Así también, no será nunca posible sostener en el tiempo la naturaleza revolucionaria del Partido de la clase, si no se cuenta con una Fuerza Social Revolucionaria activa y que desarrolle un protagonismo transformador en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Esta retroalimentación entre partido y masas será la condición que allane el proceso de acumulación de fuerzas y le devuelva a las masas su soberanía y poder político. Lo que ahora está dado, es una frágil voluntad por dotar a la experiencia militante, de los conocimientos y de los principios que den consistencia y rigor científico a la tarea de edificación del polo revolucionario y que sea alternativo en todos los sentidos al bloque dominante.


Para entendernos, haremos un recorrido temporal sucinto, a las fases de desarme de la izquierda revolucionaria, y él como hemos caído en el actual momento de descomposición que arrastramos ya desde hace dos décadas, y que han acentuado la crisis del campo popular y prolongado en el tiempo el vacío de conducción revolucionaria.


  1. A fines de los años 80 la crisis de la izquierda deriva en a lo menos tres situaciones negativa que instalan una correlación de fuerzas desfavorable para los sectores dominados y serían las siguientes:

    • Capitulación y subordinación de un sector importante de la izquierda al proyecto de la oposición burguesa. Año 86-87. El Partido Socialista Almeyda, se integra a la “Alianza Democrática” y arrastra al Partido Comunista a la demanda de elecciones libres, legitimando con ello el itinerario político diseñado por el Departamento de Estado Norteamericano, para el término de la dictadura y que llamaron “Acuerdo Nacional”.
    • El Partido Socialista, el Partido Comunista y el equipo de Alianzas del MIR, deciden cancelar la experiencia del Movimiento Democrático Popular (MDP) en el intento de posibilitar un acuerdo político con la “Alianza Democrática” (Mesa Política Privada) y deciden el impulso de “Las Mesas de Concertación” sustituyendo con ello a “Las Coordinadoras de Masas” que tenían un carácter más ofensivo y rupturista y que expresaban un protagonismo más directo de los sectores sociales. Se abandona al nivel cupular, la lucha democrática independiente y se reflotan en el PC y PS las viejas concepciones reformistas, estimulando a los sectores sociales a que se subordinen a la táctica burguesa opositora que levantó como referente central un organismo cupular que llamaron La Asamblea de la Civilidad, instrumento que asume como tarea, encabezar las negociaciones con el instrumento pro-gobierno, “El Acuerdo Nacional”.
    • Como resultado del abandono de la lucha popular independiente, se comienzan a manifestar fisuras en la izquierda y en los sectores revolucionarios. Este proceso deriva en una crisis generalizada que termina produciendo la división de los partidos cuya expresión se traduce en la generación de un polo reformista y otro revolucionario. El reformismo se realinea sumando además en esta iniciativa a la militancia escindida de los sectores revolucionarios. En el intento de disputarle la influencia a la oposición burguesa, constituye para la ocasión el partido electoral PAIS, que representó el absoluto divorcio con los objetivos históricos de la izquierda e incluso con los objetivos de clase del reformismo obrero de antaño.

Son entonces, las profundas debilidades de los revolucionarios y las explícitas posturas capitulacionistas y conciliadoras del reformismo de izquierda, los que posibilitan la derrota ideológica de los sectores obreros y populares, que se sumará a la ya consumada derrota político-militar de la franja revolucionaria. El reflujo comenzado a mitad del año 1986 (año decisivo) con el aborto de la táctica del “Alzamiento Democrático de Masas” y la consiguiente frustración que significó para los sectores más avanzados en conciencia, devino en un fuerte y negativo impacto moral para la resistencia obrera y popular. El importante, significativo y provechoso estado de cohesión ideológico que se había logrado a lo largo del proceso de acumulación de fuerzas en el desarrollo de la lucha antidictatorial, se eclipsa de modo abrupto y comienzan a operar con respecto a las condiciones objetivas, formas de ver y entender los hechos que difieren radicalmente de los análisis marxistas de la realidad; por lo tanto se pierde la visión científica acerca de los acontecimientos. Las lecturas de la realidad, comienzan a tener en el seno de la propia izquierda revolucionaria un sesgo unilateral y absolutamente relativo, lo cual dio para que algunos intelectuales y líderes se rindiesen acríticamente al proyecto burgués opositor a la dictadura. Tales ejercicios intelectuales que van incidiendo en la experiencia práctica de los militantes, determinan el fortalecimiento de la renovación socialista, que en algún momento se batió en retirada, pero que dada esta crisis irrumpe con nuevos bríos, hermanada a sus nuevos camaradas ideológicos: los miristas y comunistas renegados. Sin constituir estos sectores un bloque único, se identifican con el discurso de ir valorando al interior del campo obrero y popular la democracia burguesa, y arriban a entenderla como un sistema justo, neutral y sin apellido de clase, legitimándola como opción política. La atomización se extiende como fenómeno político y social y la dispersión ideológica va dividiendo y subdividiendo a los revolucionarios, haciendo que en los pequeños grupos “el tuerto en el país de los ciegos se convierta en rey”.


2. Fukuyama y el postmodernismo se perfilan como la moda intelectual de los 90. Con el derrumbe del socialismo real, muchos de los pensadores de la izquierda ya centrista o ya reformista involucionan, comienzan a confesar culpas y reniegan de sus principios para compartir la misma mesa con el enemigo de ayer. En el campo revolucionario las visiones autonomistas y el caudillismo empiezan a erosionar los cimientos valóricos; al punto de convertir muchas experiencias orgánicas en los “laboratorios de experimentación” de los complejos psicológicos de militantes seducidos por los afanes de figuración personal. Con justa razón se entendió el surgimiento de los colectivos, como la forma más genuina de la crisis y derrota de la izquierda y los revolucionarios, esta forma de organización representó el estado concreto de la atomización en el que había caído de manera lamentable la izquierda reformista como revolucionaria. En los colectivos, que aparentaban las maneras democráticas con su horizontalismo a ultranza, es en donde más patente quedó el profundo grado de distanciamiento y divorcio de la izquierda con las grandes mayorías. En los colectivos, la izquierda y los revolucionarios nos mentíamos un papel de vanguardia y liderazgo que no poseíamos y que engañosamente nos iba ovillando hasta hacernos mirar nuestro propio ombligo.


Los nuevos dirigentes y líderes, particularmente los elementos más jóvenes, desarrollan su rol y responsabilidad con un déficit significativo de preparación teórica; es más, muchos de ellos asumen la cruzada de descalificar todo esfuerzo que tienda a explicar los hechos desde una plataforma analítica. La soberbia y arrogancia caracterizaron en muchos espacios de encuentro de la izquierda, la conducta y actitud política de los militantes organizados en colectivos. El desprecio y rechazo a los militantes que intentaron una postura de evaluación intelectual de lo coyuntural, fue una conducta recurrente, el intento de análisis simplemente fue tratado como un ejercicio inútil, “pajero” y denso frente a opciones de naturaleza voluntaristas, espontaneistas y que sus actores reivindicaron como lo único válido, en tanto se trataba de una práctica de enfrentamiento directo con los aparatos represivos en la lucha callejera.



LUCHAR, LUCHAR, PERO SIN OBJETIVOS CLAROS

Lo antisistémico, sintetizó el voluntarismo colectivista de casi dos décadas. A finales de los 80 y toda la década del 90, al margen de todo análisis e indiferentes de donde estaba situada la mayoría, se yerguen en la escena política nacional cientos de átomos políticos y sociales que pretendieron dar cuenta de los antagonismos de clase, paradójicamente soslayando el sentido y análisis de clases de tales enfrentamientos. Sin duda que el marco de fondo apuntaba a las falsas promesas, al populismo y demagogia de la clase dominante, que rápidamente había homogenizado sus intereses y que ya caminaban orientados por el “Consenso de Washington”. El radicalismo de la nueva generación, no hilaba ni pretendía hilar fino. Para estos actores políticos y sociales, todo olía a podredumbre y lo único que restaba era la acción directa de masas, aunque sin masas. La consigna que reflejaba este ánimo la construyeron el año 96, los estudiantes universitarios de la USACH: “Si las calles arden es porque aquí no ha cambiado nada”. Sin embargo, siendo razonable lo que esta consigna resumía, lo que no se entendía a nuestro juicio, era la relación dialéctica y directa entre la derrota y la superestructura ideológica del régimen, erigido para conducir la nueva etapa del Estado burgués. En este sentido, el nuevo liderazgo revolucionario, pierde de vista al Estado como el instrumento desde el cual la burguesía proyecta su dominación en el terreno de las ideas, y lo ven como un factor pasivo que no produce ni concentra la dominación, de ahí que no se sienta la urgencia ni la obligación de elaborar un programa que represente una concepción integral de sociedad y que nutra teóricamente las aspiraciones populares del momento, respecto de posturas como estas Lenin nos dice que: “La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular, es imposible sin una lucha contra los prejuicios oportunistas relativos al "Estado".” (1), es bueno señalar que el contexto de las postrimerías de los 90, se muestra como la etapa de mayor dispersión ideológica en el seno de la izquierda y los revolucionarios. En este tiempo, en muchos colectivos comienza a cobrar fuerza la crítica al partidismo, se reivindica como más legítima la militancia social y de manera progresiva se va instalando una suerte de gremialismo de izquierda que; establece una dicotomía entre lo social y lo político e irrumpe con el discurso del autonomismo social y la idea de diversidad como negación a la homogeneidad de clase.


El nuevo liderazgo comete el error de ver y sentir como enemigo a las políticas (las agendas), a los planes coyunturales, a las medidas temporales que toma la burguesía para resolver sus problemas y proyectar sus intereses. No logra ver el conjunto de factores que intervienen en la lucha de clases y que configuran en la historia el reflejo estratégico de su poder e intereses. De ahí el carácter cortoplacista que tuvo todo el accionar de la izquierda y los revolucionarios a finales de los 90, justamente porque no estaba entendido el rol del Estado aún en condiciones de democracia burguesa formal. Lenin nos recuerda desde el marxismo que: ”EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.” (2)


La verdad es que en esta década se instaló un negativo fenómeno, que convirtió los espacios políticos y sociales en terrenos tremendamente áridos para el desarrollo del debate y la discusión, con la altura de miras que se precisaba para momentos tan adversos y complicados y que conformó la etapa más característica del reflujo de la clase.


A mitad de los 90 se va configurando un estado de miseria intelectual que nos permitiría hablar del comienzo de un analfabetismo cultural, situación que precisamente pone la ciencia a larga distancia de la práctica política y social. La inteligencia es exiliada institucionalmente de las universidades y de aquellos espacios que la hicieron en un momento su hija predilecta y legítima; como eran los medios de comunicación social y las tribunas de los centros de estudios e investigaciones; de paso se le niega hospedaje en los sindicatos y en las organizaciones populares. En este periodo, la inteligencia no contó en el mundo obrero con aliados, como si los tuvo en los comienzos del siglo XX con Luís Emilio Recabarren, Elías Lafferte y tantos excelentes autodidactas del campo de los oprimidos, que la cultivaron y le dieron un lugar privilegiado en la marcha de los humildes hacia el saber y en la conformación de la conciencia de clase.


Mientras la mayoría de los viejos militantes se divorciaba de su matriz teórica, para incursionar en muchos casos en terrenos idealistas, los jóvenes de los activos políticos, también en su mayoría despreciaban el intelecto y combatían en el ejercicio político la necesidad de estudiar, reflexionar y debatir a la luz de grandes ideas. Hacer el intento por sistematizar los recorridos históricos, sintetizar la experiencia o analizar el básico estado de las relaciones sociales, era necesariamente un enfrentamiento aparentemente generacional porque, este intento a favor del pensamiento y del desarrollo del pensamiento, era insultado como anacrónico, como desfasado o simple y vulgarmente tratado de “paja mental” por gente que supuestamente nos quedamos en el pasado.


Al abrigo de estas circunstancias, los viejos y los nuevos militantes participamos e hicimos nuestras experiencias, y cada uno llevó la impronta de estos prejuicios y las distorsiones de querer avanzar sin la referencia teórica que, nos posibilitara orientar y ordenar nuestra marcha como explotados y oprimidos del capitalismo. En algún momento se asumió una suerte de acuerdo tácito, que en los espacios de discusión soslayaba recurrentemente los temas estratégicos, argumentándose que estos no nos acercaban y que por el contrario eran causa de división y retraso en la unidad. Esta posición que compartían muchos colectivos, cada día que pasaba era desmentida como una falsa postura y quedó demostrado que a la postre, tales argumentaciones, no fueron más que la gran justificación y el gran pretexto que utilizaron los caudillos para mantener a toda costa sus pequeñas propiedades o capillas político-ideológicas. Tarde nos dimos cuenta que la omisión de los grandes temas de fondo o estratégicos, nos condenaba a una eterna postergación del proceso de reconstrucción orgánico, el rearme teórico y el desarrollo de la conciencia de clase. Obviamente, censurada esta discusión, los diferentes colectivos y/o pequeños partidos de la izquierda y los revolucionarios, nos estábamos negando la incorporación en el debate y la discusión, de toda la base científica desde la cual podía edificarse nuestra concepción del mundo y de la historia.


Mientras el enemigo consolidaba sus formas de dominación, inyectando en cada tramo de sus aplicaciones prácticas, la mayor cantidad de elementos “científicos”, aún cuando tales premisas se correspondiesen con las corrientes teóricas más unilaterales en la forma de explicarse los fenómenos de la realidad: Aún cuando, los modelos epistemológicos no superaran las nociones del empirismo, el sensorialismo y toda suerte de familiaridad argumentativa con el neo-positivismo. La clase dominante fue capaz de imponernos un “Consenso de Washington” que volvía a poner de pie los esquemas conservadores de la propiedad privada de los medios de producción, esta vez, sobre la base de una consistente revolución tecnológica de la cibernética y la informática, avances extraordinarios con los cuales se respalda toda la dinámica financiera y especulativa del gran capital imperialista. Así las pequeñas y grandes batallas del capital financiero internacional por una holgada hegemonía en el planeta, contó a cada momento, de una gran asistencia técnica e intelectual que hizo su juego seguro y exitoso. En estos casos, el ítem “asesoría” no pudo estar ausente de ningún presupuesto que pretendiera el financiamiento de cualquier estrategia de poder. De este modo, la clase dominante cubre todos sus espacios de planificación, con grandes y afiatados equipos de tecnócratas que a su vez se constituyen en sus representantes políticos. Al revés, en el campo popular, los actores orgánicos, desmerecían la labor de los intelectuales y asumían la lucha callejera como el único resorte de reconstrucción posible.


CUANDO LA RAZÓN NO NOS ASISTE


La década de los 90 que pudo ser un periodo de aprendizaje de lecciones históricas, un momento de autocrítica y de corrección de los métodos de construcción, un momento de análisis y profundización teórica; lamentablemente se convierte en una etapa de autodesarme, de divisiones y subdivisiones, de fragmentación social y de dispersión en el plano de las ideas. Pero también, se convirtió para las nuevas generaciones de activos políticos y sociales, en un momento de ruptura con todo aquello que les pareciera causa de la derrota. Los militantes de los 60 y de los 70 no fuimos capaces –según ellos- de tomar el cielo por asalto y heredarles una sociedad nueva en la cual volcar todo su ímpetu imaginativo y creativo y el gran reproche que se instala, es que fuimos demasiados intelectuales y poco prácticos en el terreno de la lucha por el poder. Que particularmente los partidos de la izquierda revolucionaria, gastamos demasiado tiempo y energía en elaborados diagnósticos; pero, nos hicimos incapaces e impotentes para imponer revolucionariamente el remedio que nuestras sociedades necesitaban. La nueva hornada de jóvenes izquierdistas, ponen en entredicho, no sólo los métodos de lucha, no sólo el modelo orgánico, sino algo mucho más importante: la teoría revolucionaria. En razón de estos cuestionamientos, se abren grandes flancos de crítica al marxismo, particularmente a lo que se supone, sería su variable stalinista. Es aquí donde el postmodernismo arremete con sus juicios escepticistas y poniendo el acento en la derrota, logra legitimar y justificar las visiones del radicalismo pequeño-burgués que posibilita el desarrollo de expresiones orgánicas seudo-anarquistas, que extrañamente conocen poco de Max Stimer, Proudhom, Bakunin, Malatesta, Kropotkin. Esta generación expresaba aversión al ejercicio intelectual, por lo mismo construyen sus argumentaciones con lecturas fragmentarias y desarrollan clichés sub-culturales que se asientan fundamentalmente en la irreverencia como conducta o comportamiento social.


Junto con el advenimiento de la Concertación como coalición de gobierno, el terreno de la izquierda y los revolucionarios, por los varios factores que ya hemos señalado en esta reflexión, como ya lo dijimos, se muestra como un espacio árido. Con una clase obrera y con amplias capaz populares inmersas en un reflujo social y político profundo, atentos sólo a los cantos de sirena de la clase dominante. La vieja y nueva militancia queda reducida a pequeñas organizaciones, que más se asemejan a las estructuras de círculos de discusión política en tiempos de derrota. Es en estos espacios donde comienzan a cultivarse las desviaciones ideológicas, las trancas morales y los prejuicios que hacen crecer la desconfianza hacia uno u otro colectivo que se entienda como el rival o competidor, dentro de un falso proceso de acumulación de fuerzas que, precisamente por su naturaleza falaz, no convierte a ninguna de las orgánicas en la vanguardia revolucionaria que pretenden ser. Desde entonces a esta parte, la experiencia de la izquierda revolucionaria ha sido un permanente ciclo de encuentros y desencuentros, fusiones y divisiones que validan y confirman una y otra vez la egolatría y el personalismo enfermizo de los caudillos o “patrones de fundo” de las pequeñas capillas ideológicas. Ellos se nutren de las descalificaciones, de las injurias y vilipendios que lanzan contra aquellos militantes que les “roban protagonismo” o que demuestran ser más consecuentes, más capaces y más ejecutivos que ellos en la realización de las tareas revolucionarias. Estos caudillos que han surgido bajo el amparo de las debilidades de la izquierda y los revolucionarios, bajo la atmósfera de mediocridad que despliega la decadencia valórica del capitalismo, ellos y sus acólitos no sólo han retrasado los procesos de reconstrucción orgánica, de unidad estratégica de los revolucionarios, sino que peor aún, premeditadamente se han propuesto enturbiar los vínculos básicos de relaciones y acuerdos, desde los cuales se pueden trabajar las confianzas políticas para avanzar hacia propósitos de acumulación y crecimiento de la influencia de los revolucionarios en el seno del pueblo. Es mucho ya el tiempo y son muchos los años en que han operado como si fuesen una quinta columna del enemigo. Muchas veces su conducta política ha resultado mucho más dañina que las tareas de zapa de los agentes del enemigo, y siguen en nuestras filas sin que ninguno, hasta hoy, hayamos tenido la capacidad de neutralizarlos o derechamente expulsarlos de las filas revolucionarias.


NO ECHAR LA CULPA AL EMPEDRADO


Hoy nos hacemos testigos de la reactivación social de algunos sectores de trabajadores y de algunos sectores del pueblo. Son sin duda, aquellos sectores que más contradicciones tienen con el modelo, y la lucha que han emprendido es una lucha valiosa, importante, pero de naturaleza economicista. De ninguno de los enfrentamientos dados, podemos rescatar un trasfondo político que cuestione los pilares de sustento del modelo y que serían el origen de los problemas por los cuales se movilizan. Aun cuando algunas orgánicas políticas, quieran ver en estas expresiones de protesta y descontento, un giro en las condiciones subjetivas y declarar que la lucha reivindicativa actual, se acompaña de un avance en la conciencia de clase de estos actores sociales, y que nos encontramos a las puertas de un nuevo periodo de la lucha de clases, pensamos hay una gran equivocación. Si bien estas dinámicas tienen niveles satisfactorios de organización y cuentan con liderazgo social, no es menos cierto que, tanto la organización como su liderazgo, manifiestan como contenido una demanda social de carácter sectorial, que precisamente, no asume el conjunto de problemas económicos, sociales y políticos que de ser tomados en cuenta, daría lugar a una plataforma más integral de lucha democrático-popular, y que reflejaría por lo tanto, un estadio mucho más elevado de conciencia.


Frente a estos embrionarios niveles de reactivación social, está presente otra realidad, pero que se plantea desde su ángulo negativo: el vacío de conducción revolucionaria. Si bien el enemigo de clase cumple con su cuota de causal en esta situación de debilidad y dispersión de los revolucionarios, también es real que otras causas y otros factores que condicionan la existencia de una dirección revolucionaria, se encuentran en nuestras propias filas. En este sentido, es bueno agudizar el sentido político y darnos cuenta que en nuestras propias organizaciones puede estar solapadamente presente el reformismo obrero o pequeño–burgués; puede estar el defensismo de izquierda, cuyas posturas centristas, se enuncian al interior de las organizaciones con postulados vacilantes que postergan permanentemente las tareas revolucionarias, so pretexto de que las condiciones objetivas nunca están maduras para la intervención de los revolucionarios; y el radicalismo pequeño-burgués que a diferencia de los defensistas, proclaman coyunturalmente posturas ofensivas y radicales, pero que están carentes de finalidades programáticas y objetivos estratégicos. En esta última concepción, nos encontramos con los elementos más perniciosos en cuanto a las desviaciones ideológicas que se manifiestan en nuestras filas. El radicalismo pequeño burgués suele ser por razones de extracción social, una tendencia de características negativa y peligrosa en la organización revolucionaria, por su afán de poder y de control de la estructura orgánica y en razón de una auto-percepción mesiánica, que pone en duda la capacidad teórica y política de conducción de aquellos militantes que no participan de su camarilla y de su política de pequeño círculo al interior de la organización revolucionaria; legitimando de este modo y en los hechos el fraccionalismo y la conducta tendenciosa solapada, encubierta, y que atenta permanentemente contra el Centralismo Democrático. Despliegan desde el pequeño grupo la actitud insidiosa contra cualquier militante que anule o ponga en peligro su influencia, y mediante artimañas como la mentira y el descrédito de sus “rivales” u oponentes, imponerse en su condición de minoría oportunista y con toda la carencia de moral revolucionaria que los caracteriza. Podemos decir por ello, que la etapa de descomposición en las filas revolucionarias, no ha llegado aún al fondo, y que todavía tenemos que andar un importante trecho de avances y reveses, hasta que no nos hagamos capaces de decantar, toda la escoria que la tamaña crisis vivida nos ha adosado al cuerpo orgánico-político. Lenin también nos alecciona, cuando en la crisis del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, debió enfrentar las posiciones solapadas y engañosas de Martov y desenmascarar el discurso aparentemente revolucionario de una minoría, que de manera oportunista y falsa se apartaba de los principios y de la práctica revolucionaria, intentando dar una y otra vez golpes arteros a la disciplina, a la democracia interna y a la moral de la militancia revolucionaria. Lenin, les dijo con franqueza y acompañado de su temple teórico, que los vacilantes, que los cobardes, que los oportunistas, podían si así lo deseaban, caminar hacia el pantano, pero que soltaran las manos de los militantes honestos y se fuesen solos a las trincheras de la contrarrevolución. Y así fue, Martov y su camarilla terminaron como (mencheviques) minoría engrosando las filas de los enemigos del proletariado.


Podemos decir entonces, que la historia vuelve a dejarnos lecciones, que lo que ahora nos toca vivir, como una lamentable etapa de descomposición política y moral de algunos segmentos de la izquierda y los revolucionarios, se establece como una relación dialéctica de situaciones en la que el enfrentamiento de clases y no otro fenómeno, explica las causas y los efectos de la derrota obrera y popular, explica las necesidades y casualidades en el proceso de acumulación, aquilatamiento y finalmente desplome de la fuerza social revolucionaria, es decir, la lucha de clases explica todo el balance posible de un prolongado proceso de construcción político, social e ideológico y el carácter histórico de los enfrentamientos así como el revés objetivo de los sectores dominados traducidos en bajas de sus dirigentes y cuadros, por lo tanto, la lucha de clases explica también el descabezamiento de toda su fuerza. Pero también, poniendo atención a las contradicciones históricas, podemos integrar al análisis otra categoría de la dialéctica materialista: la relación contenido-forma, para poder explicarnos que, toda crisis y toda derrota, es el resultado provisional de la puesta a prueba de todo lo que táctica y estratégicamente se concibió como el movimiento histórico de los explotados, y en un periodo determinado de tiempo de la lucha de clases. Si es que hubo análisis y análisis riguroso, como amerita y exige una derrota, sea esta de orden táctico o estratégico; es bueno preguntarse ¿qué elementos de la ofensiva contrarrevolucionaria integró el balance? Hay que preguntar ¿qué elementos del alza (periodo-UP) y posterior reflujo de las masas fue considerado en el análisis? ¿Qué elementos de la reorganización y de la etapa de resistencia (periodo-post-golpe) fue tomado en cuenta en la reflexión? ¿Cómo se asume y que características concretas tuvo el relevo (periodo de instauración del Modelo Económico) de los dirigentes y cuadros presos, desaparecidos y muertos, en el proceso de reconstrucción y rearme de la izquierda y los revolucionarios? ¿Quiénes y cómo asumen y se asumen las tareas de conducción del nuevo periodo? ¿Qué capacidades y qué herramientas se utilizaron para definir la dirección revolucionaria del enfrentamiento? Cómo respondemos al hecho de que, durante dos décadas, la crisis, lejos de resolverse se haya profundizado, y que producto de esta profundización se haya mantenido por ya tanto tiempo el reflujo de los sectores obreros y populares y que la derrota lejos de superarse se haya convertido en descomposición moral y desarme orgánico-político.


No es en absoluto malo, poseer aunque sea una pequeña dosis de humildad, para reconocer, que nos ha faltado capacidad en muchos terrenos, capacidad y habilidad para estar a la altura del desafió revolucionario de acompañar a los sectores obreros y populares en este periodo de derrota y reflujo, contar con una visión certera, con una propuesta de trabajo clara, lúcida, poseer un empeño enérgico y estimulador de la voluntad social y política. Reconocer con honradez, que desde el punto vista teórico y práctico hemos estado a kilómetros de distancia de la contextura política y moral de nuestros héroes, aquellos camaradas caídos en la lucha y a los cuales decimos seguir en su ejemplo de coherencia revolucionaria. En periodos de costos políticos y sociales enormes para la clase, no se puede mirar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga que hay en el propio, hacerlo es caer en una vergonzosa actitud oportunista que no nos ayuda a avanzar siquiera un paso. El reformismo pequeño burgués que se posesiono en la dirigencia de la izquierda, lo mismo que el radicalismo pequeño-burgués, establecieron sus opciones frente al capitalismo, hacen sus propias rutas, caminos zigzagueantes y decisiones de conciliación que traicionan y confunden los rumbos de los trabajadores y los sectores populares. Allá ellos, pero los revolucionarios no podemos transformarlos en los objetos de nuestra política, nuestros destinatarios siempre son y deben ser los explotados y oprimidos, estén estos influenciados por las corrientes ideológicas que sean, nuestra misión es convencerlos y ganarlos para las filas de la revolución social. Tenemos demasiado que hacer y en condiciones de tanta debilidad y frente a tanta adversidad, que no podemos ni debemos distraernos ni desgastarnos políticamente con los amigos del pantano. Hay que girar la cabeza dirigir la mirada hacia las masas y exhortarlas a levantarse, a ponerse de pie e iniciar el camino de la lucha.


A pesar de la crisis del sistema, los cambios revolucionarios no están a la vuelta de la esquina. Muy por el contrario, con la enorme maquinaria publicitaria del capitalismo, nuestra tarea de reconstrucción, en las actuales condiciones de dispersión, se reduce enormemente y nos hace avanzar con gran dificultad. Hasta ahora, hemos desplegado liderazgos débiles y aislados de los escenarios más dinámicos de la lucha de clases. Por esta razón, urge que en la conciencia de la militancia revolucionaria se instale con absoluta lucidez la necesidad científica de la UNIDAD REVOLUCIONARIA precisamente con un sentido mayúsculo. Si no se logra comprender que la convergencia comporta una direccionalidad estratégica en la lucha contra el capital, todo esfuerzo político y social, por muy consecuente, honesto y dotado del espíritu de sacrificio que sea, resultará del todo inútil, frente al compacto y granítico cuadro de la dominación política e ideológica que nos presenta la gran burguesía y el imperialismo. Esta necesidad científica, clasista y revolucionaria; no la ven, no la requieren y no les importa en absoluto a los caudillos con sus chatos, grises y mezquinos afanes personales. La tarea es aislarlos de las filas revolucionarias, desenmascararlos y dejar en evidencia la naturaleza pequeño-burguesa de su conducta e impulsar con los cuadros y militantes honestos, el camino de la verdadera suma de fuerzas que sólo es posible con una cuota grande de esfuerzo, compromiso, disciplina y un temple moral capaz de hacer frente a todos las adversidades y desafíos de la lucha revolucionaria contra el capitalismo. Estamos en el convencimiento de que es la hora, de rescatar las herencias de fuego, los legados firmes y macizos de nuestros héroes y nuevamente levantar con decisión y orgullo las banderas de la libertad y el Socialismo.


“Hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.”.

(Che: El Socialismo y el Hombre en Cuba)


(1). Lenin. V.I. “El Estado y la Revolución”. Pág, 2. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín 1975. 1ª edición 1966.

(2). Lenin. V.I. “El Estado y la Revolución”. Pág, 7. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín 1975. 1ª edición 1966.


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Quienes Somos

Somos una instancia REVOLUCIONARIA, que marchamos por un dificil y largo camino. El de la CONVERGENCIA. Decididos a completar la misión que nos trazamos. Lo decimos de esta manera, porque no hemos comenzando ahora este esfuerzo por la convergencia revolucionaria, por la unidad de la izquierda y por la unidad social y política de los trabajadores y el pueblo. Somos una organización que pretende diluirse, en el tiempo, en una experiencia de unidad superior en la franja de los revolucionarios y junto con ello, batallar día a día por reconstruir el Movimiento Obrero y Popular, aportar al rearme de su conciencia de clase y de esta manera cimentar la construcción en Chile del Poder Obrero y Popular.

¿A QUE ASPIRAMOS?

Queremos terminar definitivamente con el hambre y la miseria, con la opresión y la explotación, con la desigualdad y la injusticia. Luchamos y lucharemos por una sociedad más justa, igualitaria, y solidaria. Combatiremos cada momento, la avaricia y codicia de la burguesía como clase, enfrentaremos hasta derribarlas, los poderes que sofocan a los trabajadores y al pueblo, sus estructuras de odio y represión. Aspiramos a una patria fraterna, a una sociedad Socialista.


¿COMO LO CONSEGUIREMOS?

Somos parte de nuestro pueblo, y con nuestros hermanos de clase, nos uniremos, nos organizaremos, levantaremos nuestras demandas y proclamaremos nuestros derechos como trabajadores, como pobladores, como estudiantes, como profesionales, nos movilizaremos y haremos valer nuestras luchas.

Impulsaremos por todo el territorio nacional, los Comités por las Demandas Populares (CDP) y estos serán nuestras armas de lucha y de conquista. Propiciaremos la organización social y política de los trabajadores y del pueblo, lucharemos incansablemente por su unidad y por conformar una gran y poderosa Fuerza Social Revolucionaria que cambie los destinos de Chile.



contacto.mcr@gmail.com

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¿EN QUE SE AFIRMA NUESTRA CONCIENCIA?

Somos Marxistas-Leninistas; la sociedad socialista que nosotros proclamamos, es una necesidad histórica, la ciencia demuestra y prueba constantemente que el capitalismo conduce a la humanidad a un callejón sin salida. Y producto del enorme daño de este, es que crece día a día el convencimiento de que sólo el socialismo permitirá superar objetiva y subjetivamente la actual realidad. Por esta razón pensamos, la teoría Marxista es una concepción del mundo, de la historia y de los hombres, correcta y en sus premisas plenamente vigente.

POR LA UNIDAD REVOLUCIONARIA,
SOCIALISMO UNICO CAMINO!!!!
POR LA SENDA DE VICTORIA!
¡¡ NADIE NOS TRANCARÁ EL PASO !!

SUMATE AL MCR

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